El tiempo de la serpiente



   La primera impresión que uno recibe al llegar a Vatopedi es la de un lugar ajeno, no hecho para recibir visitantes. Un patio inclinado a casi 30º, cubierto con gastadas losas de piedra, ocupa el centro del monasterio, rodeado por construcciones antiquísimas. Parece una rampa gigante o una escalera, no se sabe bien. Los escalones están jalonados por piedras de canto tan gastadas como ellos. Parecen esperar la subida de un ser pesado arrastrándose entre las iglesias hundidas allí para no caerse.
  Salí a caminar –o más bien a hacer equilibrio- por este patio bajo el sol ardiente de la siesta. Encontré un templo redondo de mármol, como una fuente techada. Tras él, el nártex de la iglesia principal decorado con frescos que desafían los siglos. Sobre el frontis se abre el Ojo de Dios, radiante en su triángulo dorado. Está vigilando, vigilando siempre. Y aunque el tiempo lo ha difuminado, no duerme. Es un faro espiritual, atento a la ola de miedo aún por venir.
   Encontré a Pater Pablos en el balcón, esperando por mi confesión. Yo no tenía manera de negarme, pues era un huésped de favor. Así pues, me resigné a este ritual dispuesto a mentir a más y mejor. La conversación fue una especie de toreo, donde ambos esquivamos las estocadas verbales del otro.
-¿Cómo te llamas?
-Dimitri.
-¿De dónde eres?
-Argentina.
-Tienes un acento raro, un poco cantado. Pero hablas bien el griego.
-Viví dos años en Atenas.
-¿Casado?
-Sí.
-¿Por casamiento ortodoxo?
-Así es.
-¿Tienes hijos?
-Cuatro.
-¿Los has bautizado?
-Por supuesto.
-Bien. Debes saber, Dimitri, que la iglesia no aprueba los actos sexuales contra natura.
-¿Perdón?
-¿Lo haces con tu mujer por los lugares no dispuestos para ese fin?
-Eh…
-No importa. Si no lo hiciste en los últimos tres años está bien.
-Perfecto.
-¿Besos en los lugares no consagrados?
-No.
-La ortodoxia dispone ochenta días de abstinencia carnal antes de la Pascua. Pero yo digo que con veinte está bien.
-…
-¿Tú qué edad tienes?
-61.
-A tu edad, no te resultará difícil cumplir con este requisito.
-…
-¿Han practicado aborto alguna vez?
-No. Y no estoy de acuerdo con eso.
-¿Has robado?
-Claro que no.
-No mucho ¿eh? Dime, en tu infancia ¿te han tocado?
-No.
-¿Lo has hecho con alguien de tu familia?
-No. (mirada al reloj)
-Muy bien, Dimitri. Toma este crucifijo, debes usarlo siempre.
   Pater Pablos dio un suspiro, satisfecho por el deber cumplido. Ahora que la confesión había terminado, se sintió libre de divagar a su gusto.
-Debemos purificar nuestras almas, pues el Final de los Tiempos está cerca.
-¿Por qué dice eso?
-Vivo en un monasterio, pero me entero de cuanto ocurre en el mundo. ¿Sabías que la Unión Europea ha reclamado al estado griego que se permita a las mujeres entrar al Athos?
-No lo sabía. ¿De verdad?
-Y no lo pidió una, sino varias veces. El gobierno se ha negado siempre, pero recibe plata de ellos para refaccionar los monasterios. ¿Cuánto tiempo más puede mantener la negativa a sus benefactores?
-Sería el final de la vida monástica.
-Exacto. Con mujeres provocando aquí y allá ¿quién puede pensar en la salvación de su alma?
-Pero vendrán monjas…
-Vendrán mujeres. Y con ellas entrará la Serpiente.
-¿Se refiere al Maligno?
-Hay una profecía muy vieja que algunos atribuyen al primer eremita del Athos, Petros. En todo caso, se ha conservado de generación en generación hasta hoy.
-Soy todo oídos…
-Petros era hombre de pocas palabras. Las únicas que se recuerdan de él son éstas: “Cuando la mujer entre al Athos como dueña, comenzará el tiempo de la Serpiente”.
-¿Un tiempo peor que el actual?
-Mucho peor. El Mal ya no tendrá barreras, entrará incluso en la legislación. Habrá sacrificios humanos: hombres jóvenes serán ejecutados para donar sus órganos a las mujeres que los necesiten. Así quedará complacida la Serpiente.
-Pater Pablos, usted parece creer que la mujer es el mal.
-No te equivoques, Dimitri. Nosotros adoramos a la Virgen María. La mujer puede ser lo mejor de la humanidad, pero también es la más fácil de corromper. Si la Serpiente quiere pervertir a la humanidad, empezará por la mujer. Así el hombre no tendrá escapatoria, como ocurrió con Adán.
-¿Y cómo se resiste a la Serpiente?
-Con la oración y la castidad. Adorando a la Virgen con el espíritu y renunciando a la carne.
-Pero Pater, el sexo es la forma natural de reproducción del hombre, y de todo el reino vegetal y animal. Sin sexo se acaba el mundo.
-El sexo es invento del Diablo, por eso el Mal rige la naturaleza. El pez grande se come al pequeño. La planta trepadora asfixia al árbol. El Mal está por todas partes.
-Entonces no podemos nada contra él.
-Sí podemos. El hombre es el único ser vivo capaz de renunciar al sexo, librándose del Mal. Aquí en el Athos hay hombres santos capaces de no pensar en mujeres durante años. Han alcanzado el estado de inocencia que tenía Adán en el Paraíso antes de Eva.
-Pero el sexo sigue gobernando a todos los demás.
-A todos los demás sí, pero no a Todos. Mientras haya hombres puros, el Mal no tendrá el control absoluto del mundo.
-Por eso temen que entren las mujeres al Athos…
-Así es. Ya no habrá hombres puros consagrados a la oración. Y empezará el tiempo de la Serpiente.
   Pater Pablos hablaba con la convicción de un fanático, había ahuyentado toda duda de su mente. De pronto me lanzó una pregunta inesperada.
-¿Sabes por qué los escalones del patio están alisados?
-No… justamente me preguntaba eso.
-Por ahí subirá la Serpiente, llegando desde el fondo del mar. Los monjes antiguos le han preparado una trampa. Cuando entre aquí para enseñorearse, coincidiendo con la llegada de las mujeres al Athos, nosotros la degollaremos.
-Creí que la Serpiente era una alegoría…
-Es real. De carne y hueso. ¡Inmensa!
   Fue demasiado para mí. Que unos monjes medievales hayan preparado su monasterio como una trampa para la Serpiente del Edén parecía una locura.
-Pater Pablos, ha sido un placer conversar con usted. Buenas tardes.
-Ve con Dios, hijo. No olvides asistir al Esperinós.
   Me encaminé al Arjontariki a paso lento. De mi cuello pendía el crucifijo como un grillete de condenado. Prometí arrancármelo al irme.








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